La calidad de la alimentación materna durante la gestación es esencial no sólo en el crecimiento fetal, sino en los niveles de insulina y glucosa al nacer.
La dieta mediterránea fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco en el año 2010, y no es casualidad ya que esta dieta, debido a su riqueza en ácidos grasos monoinsaturados, reduce la incidencia de enfermedades cardiovasculares y problemas derivados del consumo elevado de azúcares refinados, como la diabetes.
Los principios del consumo de esta dieta son conocidos: el aceite de oliva junto con el consumo de pescados azules, ricos en omega 3, son el principal aporte de grasas, la ingesta de productos vegetales (frutas, verduras, legumbres y frutos secos) debe ser elevada, así como la de pan y otros cereales (mejor en su versión integral por el aporte de fibra). También se contempla el consumo moderado de vino por su efecto cardioprotector. Otros alimentos de la dieta mediterránea son los productos lácteos, los huevos y la carne de aves de corral y, en menor medida, carnes y grasas animales.
Obviamente, a la hora de tomar esta dieta como referente durante el embarazo, es necesario eliminar el consumo de alcohol por sus evidentes efectos negativos en el feto durante su desarrollo.
Pero, ¿qué aporta esta dieta cuando estamos embarazadas?
Según los expertos, si la alimentación de la madre sigue un esquema mediterráneo, los niños tendrán una mejor salud en su desarrollo y crecimiento, previniendo enfermedades como la diabetes del adulto o el desarrollo de patologías cardiovasculares como la hipertensión.
Los hijos de las embarazadas que llevan una dieta adecuada pesan al nacer entre 3,3 y 3,5 kilogramos, lo que se considera un tamaño normal. El consumo de productos de origen animal ricos en grasas saturadas y pocos hidratos de carbono procedentes de verduras o legumbres va en detrimento de lo que buscamos: que nazca un bebé lo más sano posible. Además, el exceso de grasas saturadas influye sobre el desarrollo del páncreas y, por tanto, en las concentraciones de insulina y glucosa del niño, que hacen que pueda nacer con una mayor propensión a la diabetes.
Se recomienda, también, que desde el inicio de la segunda mitad del embarazo, se aumente el consumo calórico unas 250-300 kilocalorías diarias a la vez que se refuerza el aporte de calcio mediante el consumo de productos lácteos, ya que el feto coge cerca de 200 miligramos al día del aporte materno. La mejor manera de asimilar el calcio en nuestro cuerpo es mediante la ingesta de hierro y alimentos ricos en vitamina C.
Finalmente, durante la lactancia el consumo de calcio debe aumentar aún más y se debe mantener una buena hidratación del cuerpo para ayudar a la formación de leche materna.
Todos estos consejos, y la adopción de la dieta mediterránea como forma de alimentarnos, ayudarán a que nuestro hijo nazca sano.